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Apoyar en vez de educar

De igual a igual

Los adultos tienen su identidad, los niños tienen su identidad. Y sea cual sea su identidad y su desarrollo, existe y siendo diferente es de igual valor. Desde esa identidad existente de un adulto y esa identidad existente de un niño se forman relaciones. De persona a persona, de identidad a identidad, de yo a yo. El adulto busca su camino hacia el niño desde su yo, se introduce con las facetas de su personalidad en la relación con el niño de la manera de la que él quiere y puede. Lo hace sin misión, sin método, sin astucia. Es auténtico y flexible en todas las situaciones: es como es, con sus defectos y virtudes, propuestas y motivaciones, límites y esperanzas.

Adultos que ya no llevan la imagen dentro de sí del niño que tiene que ser educado, que no se ven encubiertos a ellos mismos y su personalidad por una misión educativa, que toman la responsabilidad en primer lugar por el niño que son ellos mismos, que tienen su centro en ellos mismos y no dislocado en el niño, son otros adultos que aquellos que esto precisamente lo consideran importante. En la postmodernidad hay preguntas existenciales que hacen posible una orientación constructiva en el mundo de la igualdad: »¿Quién soy yo – quién quiero ser?« »¿Cuáles son mis valores personales en esta pluralidad de valores?« Y surge la próxima pregunta: »¿Quién eres tú?« Este adulto reconoce con la pregunta »¿Quién soy yo en la convivencia con niños?« que no lleva en sí la imagen del niño como ser humano que tiene que ser educado y que por eso ya no se concibe como adulto educador. Para él educador y niño ya no tienen una relación pedagógica, sino se encuentran como seres humanos iguales fuera de cualquier educación.

Siendo así un adulto no educador no se aleja del niño. ¿Porqué iba a hacerlo? El amor hacia el niño no se va a perder si acaba con la visión pedagógica del niño. Se dirige al niño tal como lo hacen también adultos educadores. Solo que lo hace sin intención de educar, sin misión de hacer del ser humano joven un ser humano de valor entero. No, se encuentra con el niño de igual a igual, aceptando todas la diferencias. Como en África, entre hombres y mujeres, en la política y en otra parte cualquiera.

Los niños perciben ese cambio psicológico. Este padre, esta madre, esta educadora, este profesor, este adulto tiene una expresión nueva, un mensaje psicológico diferente y el niño comprende este cambio: »Ya no me dice que debo convertirme en un ser humano verdadero, de valor entero. Y sobre como funciona esto hay muchas recetas: autoritario, antiautoritario, laisser-faire, compañerismo democrático y para eso hay muchos cocineros: Comenius, Pestalozzi, Rousseau, para mencionar solamente los más conocidos. No, me da a entender que también desde su perspectiva soy un ser humano verdadero y de valor entero a partir del comienzo. Y desde esta posición entabla relaciones conmigo, relaciones sin educación. Todo lo que hace está marcado por esa actitud respetuosa libre de educación y misión. Yo vivo una persona – y puedo ser persona en su presencia. Tenemos cosas en común y diferencias, conflictos, límites, nos enriquecemos y nos restringimos, tal como sucede. Pero no hemos puesto eso entre nosotros que se llama educación.«